Nos
gustó ahogarnos. Mientras, seguimos sudando. Y es ese sudor, brillante y
ligero, el que va abriendo camino.
Con
estos dedos sudorosos que van transparentando la piel que surcan.
Emborronándote
con el alquitrán de alrededor de tus ojos, besando tu mi adoquinado rostro.
Desenredando mi descuidado cabello de esas finas pestañas.
Una
vibración lumínica en cada farola por cada titubeo, por cada temblor de mi mano
rasgando esa cadera.
Las
palabras, que en mi oreja susurras, como vapores nocturnos del alcantarillado.
Capaces de serenar mis siempre desorbitadas esferas oculares.
Entonces
arremetes contra los ya perturbados labios de este maníaco. Y necesito mirar,
con mi destartalada visión. Necesito no pensar este rato. Voy descifrando ese
pecho que se me antojaba en sueños antaño prohibidos.
Con
ese rostro girado, que me muerde directamente en las ganas de morderte, en las
ganas de ensuciar ese orgulloso cuello.
Quiero
que sigas ensuciando estos dientes, deseo desdentarme contra tu cuello, porque
deseo desgastarme en tu lengua.
Pero
ahora tenemos que esfumarnos el uno del otro. Empezando a tiritar según va
cesando la irrealidad que habíamos formado.
En
la acera nacen ya los primeros rayos de sol.