Cómo si de una
alucinación se tratase, aparece ante todo lector un paisaje familiar. Lo que podría
ser un día cualquiera en este planeta habitado por humanos. Con la atención
fijada en aquello que sobrepasa la línea del horizonte difuminado.
Entre los surcos
del humo celeste, permanece la cima de una de esas torres de piedra
cuidadosamente trabajada para ser descuidadosamente colocada. Posiblemente una
de las más altas, aun en esta era de rascacielos imposibles.
En esa cima,
encontramos un pequeño habitáculo, adornado con tan solo una ventana de
irrelevante utilidad. Es este habitáculo una de esas prisiones de historia
épica. Una de esas prisiones para la descendencia femenina de señores
gobernadores de reinos sobre tierra finita y hermética.
Pero será más
tarde cuándo hablemos de lo que esta fantástica prisión debe encerrar.
De existir una
leyenda acerca de este prodigio de la arquitectura mental, posiblemente
comenzaría describiendo el escarpado terreno sobre el que fue construida la
magnífica torre. Describiría el paisaje minuciosamente, con todo lujo de
detalles sobre los mil y un peligros que caracterizan la zona escogida para
erguir este monumento.
Puesto que no
existe tal leyenda, podemos continuar.
Llamémoslo celda.
Y llamemos prisionera al ser que habitaría en este escenario. Llamémosla bella prisionera,
de hecho. De pelo fino, de frente amplia y despejada. De sonrisa oculta. Y
cuando digo oculta, como narrador, me refiero a que seguramente no os premiaría
con ella tan fácilmente. De cuerpo tan opuesto al término frágil, que asusta.
Puedo decir que
si el contenido mental de los individuos pudiese emitir energía lumínica, el de
esta criatura no produciría destellos, únicamente porque no necesitaría
hacerlo; y lo digo porque puedo decirlo.
Descrito el ser
tal y como me ha placido, por supuesto, podemos pasar a la siguiente incógnita.
El castigo
seguramente se debiera a su actitud. Actitud fuera de lo normal, por supuesto.
Actitud digna de un castigo semejante debido al carácter sumamente impropio de
las acciones llevadas a cabo o pensadas o supuestas, en el peor de los casos,
por nuestra doncella.
Definitivamente,
aquel personaje que dictase la sentencia no vería correcto el tener deseos,
quizás entendidos como fuera de lugar. Pero este narrador pretende posicionaros
en el bando que cree correcto, es decir: lo propio. Y definitivamente, estos
deseos lo eran.
Parece que de
deseos propios va la cosa. O quizá de sueños. Y creo que puedo ver en vuestros
atentos ojos algo que, en cierto modo, he creado. Un sentimiento de, sea cual
sea el motivo y el fin, armaros de valor e intentar asaltar esta cima.
Sin embargo, no
soy un buen narrador. No por los medios, sino por la intención. Puesto que os
he engañado, quizá una vez más. Ocultando la realidad de todo esta creación.
No existe ninguna
torre. De hacerlo posiblemente habría sido creada por este narrador. O quizás
sí que exista. Pero no temáis, ella jamás habría esperado nada allí. No os
preocupéis en intentar matar al dragón que custodia este monolito, no os
preocupéis en cómo vais a ascender hasta esa cima fantasmal, no os preocupéis,
porque ella no está allí…
Ella está en un
pabellón deportivo de un Municipio de mala muerte jugando al balonmano,
destruyendo todo este sueño, centrada en cumplir el suyo.