Eras
neopreno negro, cuero rugiendo con cada movimiento. Parecías una
pantera torpe al son de una orquesta.
Dejando a
un lado el sonido, trataba de concentrarme en lo que estaba viendo.
También
gritabas.
Me arañabas lascivamente con tu boca, incluso desde tan lejos.
Y es que, a pesar de la distancia, sus pequeños látigos blancos me fustigaban a latido por segundo.
Me arañabas lascivamente con tu boca, incluso desde tan lejos.
Y es que, a pesar de la distancia, sus pequeños látigos blancos me fustigaban a latido por segundo.
Atado,
totalmente vulnerable.
La
danza seguía, retorciéndome por dentro.
Esas
rapadas, tan características, caldeaban aún más el ambiente.
Esos
pechos locos...
Oda
al seno verdadero.
Vivía
enamorado de ellos y, Ella, ni tan siquiera lo sabía.
Bueno,
igual ahora...
Eras
el cóctel molotov de mis entrañas, de la desidia más visceral. Un
instinto animal puro.
“...
y en este parolismo, me encuentro cada día.”
Contoneándote
eras todavía más oscura.
Te faltaba cantar mierda de la buena.
“Next
motherfucker's gonna, get my metal!”
Me
rompería. Lo veía venir.
Lo
deseaba, al menos.
Aquella
lengua se estaba marcando un tango mortal. Me estabas provocando, con
excelentes resultados.
Había
un ariete que buscaba reventar una puerta.
Joder,
me estoy poniendo burro.
Todo
digno de nuestra locura.
Quería
emborracharme de ti, o quizás contigo. En ese momento, lo quería
todo.
De
ella, claro.
Botas
de pie pequeño, duras, de motera sin moto.
Buscabas
patearme el corazón, atentar
contra él,
sin miramientos. Yo, en cambio, buscaba dejarme hacer.
Arremetió
contra aquel obelisco perdido.
Me mordiste el cuello, enloqueciéndome del todo.
Me mordiste el cuello, enloqueciéndome del todo.
Escupías
fuego por los ojos, dos rubíes de madera incandescente.
Casi
creo que tus manos eran napalm.
Prendimos
los dos, el destino se convirtió en una enorme bola de fuego.
Éramos
la antorcha de una ciudad a oscuras.
La
verdad es que fue una guarrada.
Cuando
acabaste conmigo, dejaste tan solo cenizas. Una hoguera fría y una
llama que gime, aún huyendo.
Un
sentimiento nacionalista, dormido, pero alerta. Latente defensa de
unos valores preciosos, casi tanto como Ella y su sonrisa.
Pero radicales, llenos de rabia. Pura y puta imagen de ellos tú eres, ederra.
Pero radicales, llenos de rabia. Pura y puta imagen de ellos tú eres, ederra.
Puto
y pobre desgraciado, que soy yo, de una mujer que viola a hierro.
Es
que casi me olvidaba de sus piercings.
Son
unos cuantos, nunca me lo hubieran perdonado.
Algún
día le arrancaría el del labio y, con él, éstos.
Me los llevaría conmigo, a mi caverna de hielo.
Me los llevaría conmigo, a mi caverna de hielo.
A
un paso de congelarme.
Ella
y su baile se habían ido.
Habías
dejado a un demente y sus restos.
En
el suelo se estaba bien. Acostumbrado, aquel era mi sitio.
Entonces,
me convertí en una cerveza.
Esperaba
una muerte lenta, para así paladear tus besos marchitos.
Ella
volvió, y así caí.
De
un trago.
Qué
hija de puta.
Ira
hecha jirones.
Diosa, incluso para eso.
Diosa, incluso para eso.
Mujer.