Con todos ustedes, Jorge Román:
Gimiendo. Mis corazones vibraban al mismo tiempo. Diástole, sístole, dentro, fuera. Degusté el sabor a sudor en mi lengua, mezclado con el de sus más íntimos efluvios. Ella estimulaba todos mis sentidos. Vista, tacto, olfato oído... gusto... Yo la estimulaba en dos sentidos pero en una sola dirección. Su clítoris le inducía a agitar las caderas de manera descontrolada al son que mi lengua marcaba.
Comencé a cabalgar a la valkiria.
Sus senos comenzaron a dibujar el infinito entre sus brazos. Me miró, y entre gemidos desgarrados, difícilmente pudo articular: "¡Azótame!". Pero su gesto de puta viciosa ya lo decía todo. Me estremecí. Me retó con la mirada. La valkiria quería ir a lo guarro. Perdón, a la guerra. Iba en serio. Mi ariete arremetía contra las puertas del pecado, una, y otra, y otra vez, tratando de liberar el placer, mientras mi mano emprendía escaramuzas contra su nalga derecha. La temperatura aumentaba. Sus cuartos traseros estaban al rojo incandescente. Irradiaba ira. La estaba dominando. De pronto se revolvió como una perra en celo, me mordió la boca y se sentó encima. Las tornas cambiaban. Sudor, sábanas, culos, tetas, genitales, piernas, cabellos... todo formaba el campo de batalla. Comenzó a bailar sobre mi vientre, arriba, abajo. Parecía profesional, quizás incluso lo fuese. No me importa, solo le pagué con un pequeño detalle. Con mi mano, sutilmente fui repasando toda la topología de su piel, de sus pechos, sus pezones, su boca, su región perianal, y la no perianal también. Continuó danzando, masacrando mi acero más duro, mirándome a los ojos, como poseída por un maldito demonio. La detuve antes de que acabara conmigo. Le di la vuelta agarrándola por los brazos, y volví a bañar sus labios en mi saliva, aunque no habría hecho falta, estaba jodidamente cachonda. Titubeante, le mordisquee un pezón. Me enseñó los dientes, y sus ojos me dijeron: "vamos, continua, no pares, vuelve a darme con todo lo que tienes".
Lo vi claro. Como un niño al que no le dejan jugar con su juguete favorito, retomé la danza de la creación, descargando toda mi ira erótica y mi fuerza pélvica contra aquel reducto, que se derretía ante mi fogosidad. No me detuve. Sentí placer solo de ver la cara de asombro y satisfacción, su boca abierta, y sus ojos como platos, que exageraba más cada momento mientras yo mantenía mi infernal ritmo. Hasta nuestros pubis aplaudían aquella hazaña.
Jadeaba y sudaba como si lo hubiera hecho ella. Estaba muy hermosa. Su tórax se hinchaba con cada bocanada de aire, y al compás de su respiración ondulaban los reflejos de sus duros pechos a la poca luz de luna que nos entraba por la ventana.
La desmonté de mi tiovivo, triunfal. Ella sabía que yo era el vencedor, pero ella también había obtenido su provecho. Yo mismo habría hecho los honores, pero una vez incorporado, para mi sorpresa, agarró mi pene con ambas manos, fuertemente, sonriéndome de medio lado y hacia arriba. Estaba acalorada, y la muy cochina quería un buen manguerazo.
La desmonté de mi tiovivo, triunfal. Ella sabía que yo era el vencedor, pero ella también había obtenido su provecho. Yo mismo habría hecho los honores, pero una vez incorporado, para mi sorpresa, agarró mi pene con ambas manos, fuertemente, sonriéndome de medio lado y hacia arriba. Estaba acalorada, y la muy cochina quería un buen manguerazo.
Comenzó a frotarme, rápidamente, utilizando su lengua de manera inesperada y muy estimulante. Palpó mis testículos, sosteniéndolos en la mano, mientras ella continuaba. Hasta que encontró la llave de mi boca de incendios. Se salpicó la cara, pero consiguió dar un buen trago. Pronto se terminó, pero no su sed.
Recorrió todo el largo de mi vara de hacer milagros con su lengua. Succionó la punta, sacándome hasta el alma. Mejillas hundidas, tez pálida, pezones pequeños, pelo rojo, ondulado. Una magnífica guerrera. Me había destrozado. Rompió el silencio y su sonrisa para hablar.
Recorrió todo el largo de mi vara de hacer milagros con su lengua. Succionó la punta, sacándome hasta el alma. Mejillas hundidas, tez pálida, pezones pequeños, pelo rojo, ondulado. Una magnífica guerrera. Me había destrozado. Rompió el silencio y su sonrisa para hablar.
"Bueno... ¿Cómo te llamabas?" los dos nos sonreímos de manera recíproca.