Un niño corría mientras cantaba aquella canción. Era la canción que tantas veces cantó su madre. Llevaba aquel uniforme del colegio. Disfrutaba saltando sobre aquel charco. Comenzó a arder. Mientras su dermis se derretía, empezó a entonar la canción con un mayor entusiasmo. Dejó de cantar solo cuando sus pulmones se carbonizaron completamente.
Su padre lo miraba mientras guardaba aquel paquete de regalo que contenía gasolina y un mechero. La madre de aquel montón de cenizas se automutilaba mientras masturbaba su clítoris. Sus gemidos entonaban la melodía de la canción. Cuando consideró que su vagina estaba lo suficientemente descuartizada agarró el pelo de su marido para hacerle disfrutar de aquella improvisada cirugía.
En ese momento llegó la pequeña de la familia cabalgando su triciclo, haciendo que las astillas del sillín de madera se incrustasen alrededor de su orificio anal. Llevaba agarrada de su mano la pata inferior derecha de su perro, quien había sido privado de ella por la fuerza. Paró, sacando de su precioso bolsito purpura un plato y una cucharilla de juguete.
Sus eufóricos padres advirtieron de su presencia y la abrazaron. Se pintaron juntos los labios de aquel sangriento rojo y se dispusieron a la cena. La mujer se posicionó a cuatro patas, el hombre imitó su postura y posicionaron sus desnudos orificios anales enfrentados entre si. La pequeña cogió la cucharilla y tras colocar en el plato los restos de su hermano, fue simulando el juego del avión con sus padres.
La carne estaba en su punto, tal placer invadió a estos padres que se enorgullecieron de su hijo. Para celebrar aquella cena familiar, padre y madre comenzaron a depositar en sus anos de manera recíproca. El olor a carne quemada junto al de las heces provocó el ardor de estómago de la niña, quien corrió a avisar a sus apreciados padres. Colgaron a la niña boca abajo del techo de la sala y ataron sus manos.
Le leyeron aquel cuento que tanto la gustaba. La pequeña cría se durmió y sus padres decidieron ocuparse de que el estómago no la molestara. Rajaron su vientre y mientras se besaban extirparon un par de músculos y aquel hinchado estómago. De una súbita patada despertaron a su hijita y tras desearla buenas noches introdujeron su estómago en su boca hasta verla ahogarse.
De la mano salieron a dar una vuelta por el jardín de la casa, la mujer se desmayó por la pérdida de sangre, su marido corrió hacia la alcoba, agarró el mohoso vestido de novia de su hermana y cariñosamente vistió a su amada. El se colocó una corbata de su difunto padre, encendió la minicadena. ¡Qué preciosa era la danza nupcial! Ató su corbata a la barra del columpio del jardín, subido a este y mientras lloraba de emoción al ver el brillo de las estrellas, saltó, ahorcándose.
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