Empecé a tirar del pellejo suelto. Como si de un padrastro se tratase, acabé haciéndome sangre. La sensación de dolor era inaguantable, pero más insoportable era no seguir haciéndolo.
Creí que encontraría algo profundo. Que descubriría nuevas cosas sobre algún yo.
Y tras aquella muerta carne me vi. Estaba en mi forma menos contaminada. No hablo de vulnerabilidad, hablo de hueso duro. Hablo del fondo quebradizo e indestructible del yo auténtico.
Lo poco que queda verdaderamente de “uno mismo”.
Parecía imposible que entre la densa niebla se pudiese distinguir. Que bajo la cúpula de contaminación aún tengamos humanidad, o lo que quiera que sea.
¿Creéis que decidís algo de lo que sois? No os gusta pensar que vuestra existencia está guiada por algo. No hablo de un dios. Hablo de todo lo contrario.
Es triste, pero esta existencia es únicamente eso, una existencia. Una existencia, con todo lo que eso conlleva. Es algo con principio y fin. Algo cuyo contenido pasa desapercibido. La humanidad es un mero relleno.
Pero es nuestro relleno. Lo que nos hace alejarnos de nuestro destino. Lo que hace que creamos que podemos decidir cualquier cosa acerca de nuestra vida, incluso cuándo queremos acabarla.
La carne muerta está infectándolo todo. Creemos controlar más de lo que verdaderamente está en nuestras manos. Somos nuestros propios dioses. Elegimos a nuestros superiores y a nuestros inferiores.
Hemos creado mil capas para cubrirnos, creyendo que nos protegen. Hemos olvidado el hueso, la fragilidad inmortal que nos hace ser algo.
Ya no sabemos qué somos. Discutimos entre nosotros para dar un nombre común a algo que tiene nombre propio.
¿Cuántos creísteis poseer esa vida que llamáis “vuestra”? No descanséis hasta hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario