Ayer sentí de nuevo el odio. Odio hacia unos congéneres, cada vez mas degradados por la pestilente relación que nos une como pútridos maniquíes movidos por hilos de cadavérico ácido, el cual deja cicatrices en esta mentalidad, formada día a día, que no sacia la sed de sobresalir ante los demás. Siento como caemos por el estómago de un ser de metal oxidado, creado por los cientos de actos atroces que podrían significar la tenue decadencia de esta humanidad formada por riadas de sentimientos agrietados por nuestros propios impulsos. Nos centramos en buscar culpables de la infección, realmente producida por nuestra virulenta existencia. Tarde es para tratar de sentirnos en deuda con este mundo, del que nos apropiamos y destruimos, pues nuestras ennegrecidas raíces han acabado con la fertilidad de la belleza y la esperada salvación. Rezaremos a dioses de tendón, pero que nos miran con ojos superiores a la desgracia que un día sembraron y ahora se expande como un gran charco de sangre, haciendo a esta plaga cada vez más cadáver, pero que no cesara hasta irradiar con su profundo egoísmo a toda molécula que componga el quebrado universo humano.
Virulenta existencia
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alack,
Pensamiento
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