La luna nace mientras termino de
desocupar la encimera. Apartando con indiferencia torpe los
utensilios de todo tipo, voy notando la caída de la temperatura.
Busco por el suelo, la goma de borrar. Por si encuentro el lapicero.
Con las uñas negras de afilar
improvisadamente el grafito, sujeto el reverso de un panfleto
publicitario, y comienzo a escribir con letra saltarina que no
acierta a despegar.
Las líneas se tambalean en caída
vertiginosa, como la temperatura ambiental, por la carga mental que
voy depositando en cada mínima turbulencia de mi puño y letra.
Abro la ventana, para terminar de
sentir el frescor que empieza a girar sobre los edificios. Y tirito
rápido, pero tirito de miedo. La postura espasmódica empieza a
lanzarme, del nubarrón interior al nubarrón atmosférico.
Los escalofríos me transportan a un
pasillo, y lo siento. Siento algo tan complicado de sentir como lo es
un pasillo.
Noto lo infinita que puede llegar a ser
una recta. Lo amenazante que puede ser recorrer una y otra vez un
pasillo cubierto con puertas sin salida.
Sumergido en un delirio de viaje
astral, siento cómo puedo detenerme ante una entrada de callejón.
Pienso en aporrear con fuerza inútil, pero entonces llego a percibir
el umbral.
Cómo el hedor de las cerraduras
impulsa a cada una de las rutas neurales a colapsarse. Cómo el
amasijo reforzado está capacitado para separar las intenciones del
movimiento. Cómo echa para atrás, encontrarse tras ese diminuto
cristal. Sensación que se igualaba a la tensión del hierro que
reforzaba.
Cómo el aire era el único atrevido a
explorar la habitación que seguía a la puerta cerrada.
El aire pulcro se contorsionaba
volviendo los enlaces de oxígeno a un estado de indefensión,
infiltrándose por las impurezas de esos marcos de madera.
Arrastrándose acongojado por las paredes. Guiándose, como con
ceguera, por las cuatro esquinas de esa sala desolada.
Las
imperceptibles brisas de grises que llegaron del exterior por el
cristal de la única y elevada ventana, huyen al apagarse el
dubitativo fluorescente. Vuelven al lecho de luna y libertad,
cargadas de remordimiento.
Suspiran las brechas de salida,
corrientes de amarga seguridad. Y las mismas corrientes suspiran, al
saber que solo un vendaval las devolverá a esa cámara funeraria de
tranquilidad. Fuera solo vive el temor, y el temor, a distancia y en
presencia, me está quitando la vida.
En el centro de la sala, una única
fuente de energía. La pieza clave del entramado. Un objeto casi sin
vida, sobre un par de objetos inanimados. Y en el interior del objeto
de tonos pálidos, una llama asfixiada por el humo farmacéutico.
Cubierto de tela esterilizada, de la sombra de su cuerpo. Con manos
agarradas fuertemente a la debilidad. De mirada cerrada.
Una figura femenina. Una melena que
puedo sentir. Que hasta puedo apartarme de la cara si me molesta,
pero no lo hace.
Pese a todo, yo no estoy allí. Sigo en este
cuarto robado. En esta otra sala de reunión conmigo mismo. Pasando
frío a disgusto personal. Resentido con el reloj que nunca llevo
puesto. Escribiendo sobre mis propios trazos, derrumbándome a trozos.
Enredado entre pensamientos ocres y gotas que se deslizan por mis
mejillas de granito.
Vuelve la luz, que anuncia el comienzo
del ciclo. Es el momento de que los cuerpos casi sin vida se pongan
en movimiento.
¡Eh! Hora de la medicación.
Despiértate tú, que yo no he podido dormir.
Te he nominado para los premios Liebster Award. Míralo en http://blackrosesonmyheart.blogspot.com.es/2014/07/liebster-award.html
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