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Inspiración hecha pedazos (I)

Arrebatado le fue el alba. 

Privado de toda su humanidad, su libertad y su aire que respirar. Perdió la noción del tiempo, las formas, virtudes e, incluso, carencias, afectos reprimidos e iras delirantes e incontrolables. Sentimientos que no habría esperado nunca albergar en su ser, en ningún momento, bajo ninguna razón.

Se encontraba apartado del mundo y no lograba descifrar el objetivo de tal castigo ni el motivo de su encarcelamiento.

La luz no caía siquiera para jugar con sus livianos y claros cabellos, más pesados y ennegrecidos que nunca. No, no había luz. Dudaba de que hubiese algo real en todo aquel asunto.

Su cuerpo... no lo encontraba. Sabía que estaba allí, pero ni lo sentía ni lo controlaba. 
Sus pupilas, enormes agujeros visuales que escudriñaban fugaces la más absoluta nada. Su boca seca y sus labios muertos. Ya ni recordaba el dulce calor de su garganta creando sonidos que no oirían sus oídos ciegos. Sus manos entumecidas por el frío más cortante, apenas se podían sostener sobre sus muñecas atadas. Amarras de acero, intuía, de pulida dureza asfixiante. Sus pies inexistentes, tendidos sobre el sucio suelo, desnudos, como él entero. 

Sometido a torturas corrosivas que derribarían la voluntad de un superhombre en cuestión de segundos.

Una eternidad creía sentir en sus huesos, toda una vida gastada entre las sombras que le mentían, que le corrompían con la idea de la conversión en un espectro, en el olvido más tétrico y absoluto.

Nada tenía sentido. Siquiera recordaba cómo había llegado allí. 

No afirmaría encontrarse en tal aprieto de no ser por las intensas marcas que estaba dejando el dolor en su piel, estigmas que quedarían tatuados en él, por siempre, para recordar sus errores, tanto del pasado como del presente, y que contribuirían al declive de su futuro.

Creía haber encontrado la sensación más cercana a la muerte.

Su cerebro, aletargado por el cansancio del reposo en un mundo tan contradictorio, aberrante y desquiciado, no era capaz de responderle como debía. Una mente otrora criadero de ventajas y desconciertos amables, esfumados en el viento de sus recuerdos, nublados por una capa de niebla densa de condensación creciente.

Pero nada ni nadie iría en su rescate. 

Ni le salvarían ni le ayudarían. Tan solo el silencio conocía de su tormento. 
Todo estaba contraído y comprimido en su paranoia demencial y su locura sempiterna. 
Pues él era su propio carcelero, cómplice de sus miedos y sus prejuicios, temores y complicadas cuestiones, imaginaciones e ideas.

Y moriría aterrorizado, envuelto y enterrado en la soledad más eterna, víctima de sus propias ilusiones enfermizas. 

Envenenado de vanas esperanzas de que todo fuera un sueño cuando, en realidad, todo era una pesadilla, demasiado real como para poder despertar.
Publicado por Cabeza de Turco el martes, enero 18, 2011
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Etiquetas: Cabeza de Turco, Inspiración hecha pedazos

1 comentario:

  1. Fab24 de enero de 2011, 20:29

    Soberbio Dani, soberbio. La hostia es.

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