Se ha ido. Su cuerpo frío y desnudo arropado por montones de mantas descansa encima de la cama de la casa que encontramos por casualidad.
‘Él es el culpable’ me dicen. ‘¡Él es el culpable!’ me imploran. No merece morir todavía, pues mis manos no merecen rozar ni de casualidad con la esencia vital de su ser. Por otra lado es imposible que nada me manche, sus venas están vacías de vida, su corazón vacío de vida también. En cambio, su cuerpo está lleno de muerte.
Es un parásito del que hay que erradicar hasta el último átomo de su cuerpo marchito. Ha perdido el don de la existencia, ha dejado atrás a su propia alma y ha borrado su identidad.
Es un ser que vaga entre dos mundos. Su vacío corazón llora y aborrece el control de su depravada mente. Esta arrepentido sí, … en los submundos de su realidad sepultadas por toneladas de amorfas y grotescas tendencias reprimidas y aberrantes, debajo de una montaña de repugnantes pensamientos homicidas, de ideas que dejarían por ilusiones húmedas y frígidas la última treta del mayor de los dementes. Debajo de todo eso, se encuentran su arrepentimiento y su tímida conciencia.
Su razón errante se ahoga ante la sinrazón y su innato desprecio al todo y a la nada, naufragada en los mares del odio, acongojada ante el precipicio del pecado y la perdición eterna.
Deseará morir el resto de su vida, suplicará el fin de sus días pero nunca llegará ese final. Creerá expirar su último aliento, y cuando haya dicho adiós a este mundo, yo mismo le traeré de vuelta a él, pues las tácticas de tortura que realizaré con mis propias manos en su carne corrupta ahuyentaran hasta el último de los restos de mi quebrado espíritu. Me alcanzará ese momento en el que me veré obligado a mojarme, a empaparme de su inmundo mal y de su asquerosa presencia infecciosa y maldita.
Y aunque la venganza no consiga más que dolor por siempre y para siempre, mi corazón se verá aliviado, pues decantará mi pesar y mis lamentos hacía lo más hondo del pozo de los olvidos de mi mente atormentada, dejando un muro infinitamente helado, duro, imposible de atravesar o destruir por lo medios humanos que hoy por hoy conocemos.
Y me arroparé todas las noches el ánimo con el oscuro manto de finos hilos, hilos de ira y falsa felicidad, entrelazados y cosidos a sangre y fuego en mi vientre. Eternamente, cada noche.
Y lloraré al despertarme cada mañana de cada día, con lágrimas de pura aflicción por culpa de aquellos lamentos y pesares olvidados de mi mente. Aflorarán, saldrán a la superficie, asomarán la punta de sus ínfimas naricillas, despertando a los fantasmas de mis males, pues mi amor celeste y extraterrestre se ha esfumado de este mundo. Me la han arrebatado entes de poliéster.
No hay comentarios:
Publicar un comentario