Me encanta cuando hablo desde el corazón. Una calma sosegada irrumpe en mi pecho y busca, deseando hallar, iluminando con la luz de la vida, la cárcel de cristal del cajón de mis adentros. Abre en dos el baúl de mis sentimientos que, disparados a presión, chocan contra las paredes de mis miedos, imponiendo su ley sobre ellos, inquebrantables, tan solo superables por el tiempo.
Mece mis latidos al compás del viento, cura mis dolores y cose mis heridas, limpia los salados desperdicios de mis tibios suelos mediante dulces lágrimas, resbalando por mis mejillas rojas de emoción, como manzanas caídas del mismo Sol, dejando atrás caminitos de plata de incalculable valor.
Achica la oscuridad que anega mi aliento, pues mi alma entera arde, muy inflamable, con el más ligero aleteo de calamidad, de una inestabilidad propia de la dinamita a punto de estallar.
Mililitros de metralla intoxican mi existencia de ira, odio y, por supuesto, amor. Su recuerdo acaricia mis tristes sentimientos, que se transforman en mariposas, preparadas para alzar el vuelo, lejos, hacía donde la brisa las lleve y nunca las deje parar. Muestran su belleza escondida, indómita, de naturaleza impía, imperturbable, púrpura.
Interesante. Tendré que leerlo varias veces más pero me va gustando.
ResponderEliminarA mí me gusta mucho, Daniel!
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