Imperdonable, imperdonable tiempo el que pasa mientras recuerdo aquel manto de estrellas que hace un año me recorría en busca de un atisbo de inspiración, de esperanza, de lucha. Aquella encandilada mirada de niño que contemplaba mastodónticas grandezas está lejos aún de ser hombre, sigue mirando como un dulce infante que ve la vida como el camino que le queda por recorrer, cada día un poco más difícil, y más fácil a la vez…
Más de trescientas cincuenta noches se han fugado de la cárcel de mi preocupación, y la brecha que han abierto deja pasar la luz, con más intensidad que nunca. Indecisiones, riesgos, grietas, parches… un corazón que ha vivido demasiado durante poco tiempo tiene algo más que contarte que un velero sin rumbo en busca de un tesoro inalcanzable. Hoy es el momento de escuchar ese motor de vida, que quiere alcanzar las infinitas revoluciones que siempre soñó, más aún después de innumerables baches.
Tú, esperanza, que nunca supiste que formabas parte de mí, y me abandonaste cuando quise batallar la última lucha de una guerra perdida antes de ser librada.
Tú, alegría, que creíste ser alcanzada a cada paso que daba, sin saber que aún en la dirección correcta, caminaba en sentido contrario.
Ahora, en esta noche de luna blanca, el mundo que habita entre mi corazón y mi cabeza se contempla inmenso, recordando un pasado no muy lejano, en una galaxia muy cercana… Y toma cada detalle como una nota más que ha sonado en esta canción casi infinita. Canción que no termina, sino empieza, con unos acordes de un mensaje que ni los cromosomas de Chris Martin supieron expresar, y que sólo aquel curtido corazón, dueño de una poco experimentada cabeza, puede descifrar en un tiempo en el que su dirección y su sentido coinciden. Viajando a la velocidad del sonido hacia los cristales que ciegan a los necios, y encandilan a los niños… allí donde tú estás, donde este corazón no tiene límites.
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