Samuráis desapareciendo tras nubes de sangre.
El colmo del
colmillo que corrompió tu tobillo.
El sastre
que remienda las noches de luna llena.
El viento
que desmiento con el susurro de una castaña.
Cadáveres
férreos, húmedos y cálidos témpanos de acero polar.
Hielo de
fuego amarillo, de hierba escarlata y carne plomiza.
Brillante
oscuridad, ciega y hambrienta, llaga de muerte.
Úlcera
viviente, de pecho sin vientre y pelos revueltos.
Peinados tus
huesos, de nada está hecha tu manada.
Patadas
que se arrancan a sardanas.
Guiños de
tuertos, niños muertos.
De guita
enterrados, de miedo rellenos.
Panes de
esperanza, sucia desvergüenza fugitiva.
Sobres
corruptos, de vales astutos y madera de deriva.
De los
naufragios que envuelven tus ojos, de las pecas fareras que
rescataban mis versos.
Farándula
farolera, tarántula sobre tacones de flamenco.
Estanques de
vodka, secos y disecados; flores de esparto.
Sábanas de
león, de noble terciopelo, de lloros que huelen a barro.
Sollozos de
un cactus, de un sol con gripe que suda planetas.
Guitarras
enmudecidas que derriban tormentas sordas.
Solitario
átomo que descansaba en la quietud de tus ramas.
Sombra
enmascarada que te protege del chaparrón nuclear.
Crisálidas
de puto
odio, de venenosa amargura que vuela, que surca los cielos sobre tu
estela, sobre tu
cama de rosas marchitas.
Encontrarme
las armas de destrucción masiva en un cuerpo de apenas metro
sesenta.
Arrancarte
la lengua y beberme tus palabras.
Me desangro letra a letra sobre un papel.
Amores de barra.
Besos de garrafón.
Calentones refrigerados.
Caricias, de mancas, vacías.
Violarte en
sueños.
Inmolarme
contra la almohada.
Atarte a mis
labios a punta de mirada.
Quemarme a
lo bonzo entre tus sabanas.
Ninjas
desapareciendo tras nubes de gas mostaza.
+5 a las buenas idas de olla.
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