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"A falta de una imagen, buenas son las mil palabras."

Querida Almohada...

Te espera en la cama, lo sabes, te preparas antes, tienes que estar fresco. Te llama, aunque te haces de rogar y buscas cualquier cosa para ganar algo de tiempo, pero es inevitable, tu instinto te obliga y te lanzas a ella, llego el esperado momento.


Sí, se te junta todo y sólo ella puede liberarte de esa tensión y darte un poco de luz en este lóbrego túnel. Fuera de "otroras", de transitorias locuras o de los 365 grados de las muchas vueltas que le das a la cabeza, llegó el momento de ver las cosas tal y como son, y ser tal y como eres, sabiendo que ella te dará esa silenciosa respuesta que necesitas para, al día siguiente, despertar de un letargo que parece infinito, y para afrontar los momentos que nunca quisiste que llegaran.


No puedes escapar amigo, te tiene atado, hace contigo lo que quiere y lo sabe, posee tu mente y controla tus pensamientos. Aunque pareces arrinconado, ese cerrojo de sentimientos no es más que la puerta hacia la necesaria revelación, hacia el momento de ver que quien te dio la respuesta eres tú, no ella. Pero ¡qué mas da! mañana volverás a verla y volverás a caer en sus redes porque tu esperanza la sigue portando la nube en la que reposan tus sueños.

Publicado por Anónimo el martes, marzo 29, 2011
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Etiquetas: Alex#11, Pensamiento 3 comentarios

Vivir...

Despertar, levantar, vestir, lavar, desayunar, salir, llegar, sentar, abrir, sacar, estudiar, escuchar, reír, insultar, hablar, atender, aprobar, suspender, salir, andar, hablar, llegar, comer, sentar, encender, hablar, escuchar, apagar, estudiar, estudiar, estudiar, estudiar, estudiar, cenar, duchar, acostar, dormir... y volver a empezar...


Vista así, la vida parece muy corta, ¿No crees? Pregúntate qué hace que cada día sea tan largo.

Publicado por Anónimo el sábado, marzo 12, 2011
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Etiquetas: Alex#11, Crónica diaria 2 comentarios

Entes de poliéster

Se ha ido. Su cuerpo frío y desnudo arropado por montones de mantas descansa encima de la cama de la casa que encontramos por casualidad.


‘Él es el culpable’ me dicen. ‘¡Él es el culpable!’ me imploran. No merece morir todavía, pues mis manos no merecen rozar ni de casualidad con la esencia vital de su ser. Por otra lado es imposible que nada me manche, sus venas están vacías de vida, su corazón vacío de vida también. En cambio, su cuerpo está lleno de muerte.


Es un parásito del que hay que erradicar hasta el último átomo de su cuerpo marchito. Ha perdido el don de la existencia, ha dejado atrás a su propia alma y ha borrado su identidad.

Es un ser que vaga entre dos mundos. Su vacío corazón llora y aborrece el control de su depravada mente. Esta arrepentido sí, … en los submundos de su realidad sepultadas por toneladas de amorfas y grotescas tendencias reprimidas y aberrantes, debajo de una montaña de repugnantes pensamientos homicidas, de ideas que dejarían por ilusiones húmedas y frígidas la última treta del mayor de los dementes. Debajo de todo eso, se encuentran su arrepentimiento y su tímida conciencia.

Su razón errante se ahoga ante la sinrazón y su innato desprecio al todo y a la nada, naufragada en los mares del odio, acongojada ante el precipicio del pecado y la perdición eterna.

Deseará morir el resto de su vida, suplicará el fin de sus días pero nunca llegará ese final. Creerá expirar su último aliento, y cuando haya dicho adiós a este mundo, yo mismo le traeré de vuelta a él, pues las tácticas de tortura que realizaré con mis propias manos en su carne corrupta ahuyentaran hasta el último de los restos de mi quebrado espíritu. Me alcanzará ese momento en el que me veré obligado a mojarme, a empaparme de su inmundo mal y de su asquerosa presencia infecciosa y maldita.

Y aunque la venganza no consiga más que dolor por siempre y para siempre, mi corazón se verá aliviado, pues decantará mi pesar y mis lamentos hacía lo más hondo del pozo de los olvidos de mi mente atormentada, dejando un muro infinitamente helado, duro, imposible de atravesar o destruir por lo medios humanos que hoy por hoy conocemos.

Y me arroparé todas las noches el ánimo con el oscuro manto de finos hilos, hilos de ira y falsa felicidad, entrelazados y cosidos a sangre y fuego en mi vientre. Eternamente, cada noche.

Y lloraré al despertarme cada mañana de cada día, con lágrimas de pura aflicción por culpa de aquellos lamentos y pesares olvidados de mi mente. Aflorarán, saldrán a la superficie, asomarán la punta de sus ínfimas naricillas, despertando a los fantasmas de mis males, pues mi amor celeste y extraterrestre se ha esfumado de este mundo. Me la han arrebatado entes de poliéster.
Publicado por Cabeza de Turco el martes, marzo 01, 2011
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Etiquetas: Cabeza de Turco, Relato 0 comentarios

Regreso - Capítulo 2

Anteriormente: Capítulo 1 - Fin

El salto que el coche dio al pasar por un paso de cebra me obligó a incorporarme sobresaltado. El conductor del taxi me miraba de reojo, con una sonrisa entre dientes. Era un hombre grande y corpulento. Tenía mucho bello en los brazos y podía verse como los pelos de su pecho sobresalían también de su grasienta camisa azul. Estaba claro que aquel tipo tan desagradable lo había hecho apropósito, quería despertarme. “Arriba princesa, estamos a menos de diez minutos” – dijo con una voz grave.


Al mirar por la ventanilla pude ver como recorríamos lentamente las calles de una ciudad que me pareció enormemente familiar. Era la ciudad en la que me críe, Parla. En ese justo instante recordé que era lo que estaba haciendo allí. Algunos viejos amigos me habían convencido para ir a una de esas fiestas de exalumnos donde los antiguos compañeros de colegio se reúnen en un vano y estúpido intento de demostrar lo bien que les ha ido en la vida. Odiaba ese tipo de fiestas, y más teniendo en cuenta la gente con la que me iba a reencontrar…


Mientras mi cabeza divagaba muy lejos de donde estaba mi cuerpo, el taxi llegó a su destino. Tras pagar al taxista comprobé el espacio que me rodeaba. Estaba frente a mi antiguo colegio, que pese a algunos insignificantes cambios, permanecía invariable al paso de los años. Dentro, en el patio de recreo, pude distinguir una cara familiar, era mi gran amigo Daniel, compañero de clase desde párvulos. Era un hombre alto, con un pelo abundante, fuerte y canoso, mirada perdida y unos bonitos ojos de color gris claro. Llevaba una gran gabardina negra y se acercó hacia mí con los brazos bien abiertos:- ¡Cuánto tiempo! ¿Se te ha dado bien el viaje? – preguntó alegremente mientras me abrazaba con un inusual entusiasmo.


- Un muermo, el taxista era poco menos que idiota – le dije acompañando mi queja con un gesto de asco – Aún no sé cómo demonios me convenciste para que viniera.


- No seas pesimista, seguro que lo pasas bien, además, podrás presumir de ser el único de la clase que ha conseguido ir a la universidad – argumentó el, quitando peso al asunto – entremos, los demás estarán al llegar.


Si el exterior del colegio era prácticamente igual a como lo era cuando yo estudiaba, el interior era idéntico. No había cambiado en nada su aspecto salvo por el deterioro que presentaban los objetos debido al paso del tiempo. Subimos hasta el último piso y nos dirigimos hasta donde se encontraba nuestra antigua clase, allí algunos de mis otros excompañeros esperaban la llegada del resto. La habitación tenía un tamaño medio y estaba amueblada con una gran mesa en el centro, rodeada de sillas, donde se encontraba la comida y la bebida. La iluminación corría a cargo de un gran ventanal que daba al patio del colegio y por donde entraba un gran haz de luz clara. Mientras Dani saludaba alegremente a cada uno de los allí presentes, yo hice en voz alta un saludo general y me senté en una de las esquinas de la mesa, confiando en que nadie me incordiara demasiado y pensando en las ganas que tenía de poder marcharme de aquella aburrida comida.


Pasados unos minutos ya estábamos todos y la comida dio comienzo tras el discurso de una mujer bajita y con aspecto de maruja, en el que nos dio a todos la noticia del inminente cierre del centro de enseñanza, lo que a muchos les causó una exagerada reacción. La comida no estuvo demasiado mal, a mi lado se sentaron Dani y algunos otros compañeros a los que soportaba algo más, lo que me permitió gozar de una cena desenfadada y tranquila.


De repente algo causó un silencio absoluto. Se oyó un estruendoso golpe. Acto seguido la puerta de nuestra clase se cerró de un portazo, estábamos atrapados…

Publicado por frrodrig el martes, marzo 01, 2011
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Etiquetas: FranZeta, Regreso, Relato 3 comentarios
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