Vaciad la mirada para poder ver lo que sois, lo que somos. La turba indomable que paró aquella ruleta ósea tras mancillarla innumerables veces. Atravesamos aquella barrera, desgarrándose nuestra humanidad por el alambre de espino, en un oloroso proceso de contraevolución.
Ahora el 70% de nuestro cuerpo está constituido por gasóleo. Apestamos a una obesidad no producida por el tejido adiposo, es una obesidad mental, hedionda y calcinada. Cruzamos este profundo cenagal mientras nuestros iluminados úteros brillan en la oscuridad, mostrando al mundo las siluetas de los radiactivos fetos de su interior.
No seguimos ningún orden establecido, el devenir es nuestra consigna. Alteramos el orden espacial del infinito. Segregamos un falso sentimiento de amor tóxico. Somos los supervivientes del holocausto de la dignidad, la mayoría a falta de una minoría. Olvidamos los sentidos, el lenguaje, el aire y suprimimos el instinto. Somos demasiados para ser pocos. Hemos establecido nuestra propia entelequia innegable. Curvamos las líneas de la vida para convertirla en un círculo vicioso. Nos reproducimos sin establecer contacto con nuestros semejantes, de manera absolutamente asexual, esperando ser asesinados por nuestra prole.
Los individuos nuevos alargarán su ser en el tiempo para estrangular a sus progenitores antes de nacer, acabando con toda relación con la realidad, nutriéndose de ella para concebir nuevos engendros. Incubamos nuestra paradoja hasta hacerla madurar.
EL ciclo se repite. Buscamos acabar con esa protuberancia cerebral, este signo que nos obliga a recordar lo que no hemos sido. Recordando la limitación que nos liberaba. La inquietante palpitación que nos hacía superiores. El órgano que nos obliga a arrojarnos a los precipicios de esta tierra plana de nuevo.
Bajo la superficie, el sol aún brilla, iluminando aquello que no ha cambiado. Abrasando y evaporando los conocimientos.
Ya nadie reconoce este mundo donde negamos nuestro futuro y en el que la muerte carece de significado. Este yermo humano donde esperamos que aquel metálico ser nos arranque hacia el subsuelo.
El único ser que nunca lo fue, aquel que poseyó todos los nombres y ninguno. El jugador de esa ruleta inmóvil. Basando la partida en sus más profundos sueños: aquellos que no son soñados por él. Estremece su férreo brazo y aplasta a los elegidos. Él selecciona a los que liberará del encadenamiento, otorgándoles una existencia en la nada. Aquellos que una vez cristalizados y fosilizados observan; observan las ataduras de la libertad. Observan cómo nos perdemos.
Vaciad la mirada, hurgad el destino, encontrad la mentira, descubrid la falsedad de los colores y veréis lo que no podemos ver, los tonos sepias que auguran lo que todos pensamos. Es la prueba de lo que creemos saber. La certeza de que no tenemos certeza de nada más que de que podemos decidir de qué se tiene certeza y de qué no.
Jooooooder Ulik, en serio, ¿piensas mientras escribes?. Esto es más infumable que el Quijote tíííío...
ResponderEliminarPd' crítica constructiva, crítica constructiiiiiva.
Tu si que eres infumable desgraciado, puedes hacer el favor de cuando leas estas cosas olvidar todo lo que conoces? es la clave
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