Dos
mariposas predestinadas a encontrarse, a batirse en duelo.
Dos
notas que brillan sobre su propia melodía.
Un
puente sobre un espejo que no para, pero que tampoco avanza.
Dos
piedras separadas que se vuelven a unir de una patada.
Perfección
temporal, siempre a rachas.
*
* *
Hace
siglos que quedó tan solo ésto, tapiado por montones de recuerdos.
Atados a mí, tan solo porque me enferman de ti. Que todavía parece
que me bebo lo que quedó de mí, contigo.
Pasado,
ese que pasa.
Sí,
Inspiración y Pedazos, esa fue tu despedida.
*
* *
Había
dos sombras.
Una era
dorada. De alas rosadas. Tan alto volaba que se perdía en los mares
de la más infinita soledad.
Uno era
oscuro. De alas quemadas. Tanto se arrastraba que ni siquiera
recordaba el perfume de
las nubes.
Una
era cálida, era una estrella. Un volcán plácido y en calma. Jamás
se apagaba.
Uno
era frío, era un glaciar. Un trozo de hierro embrutecido,
escupido de tanto masticarlo. Siempre parpadeando.
Una
era risa, era nerviosa alegría,
caudal de palabras, catarata de letras. Sensibilidad disfrazada y
maquillada, pero real.
Uno
era risa,
era alegría infinita,
huidiza; sentimientos congelados y sepultados, realmente despiertos,
vulnerables.
Puede
que por eso se enredaran.
Se
abrazaban en la cornisa de las mañanas, acariciándose en la
profundidad de la noche. De besos se cubrían, agarrados a sus mantas
de piel. Se perseguían hasta el confín más exiliado.
Se
tatuaban con sus propios dientes mientras recorrían cada kilómetro
de la estela de su aliento.
Entonces,
un día se quebró su inestable universo.
Tampoco
tardaron mucho tiempo en reencontrarse, pero las malas maneras
apagaron la vela.
Según Una, se regó el suelo con nuevos océanos.
Según Una, se regó el suelo con nuevos océanos.
Según Uno,
las zanjas a su paso ya apenas se quejaban. Nunca se creyó culpable
de que tuviera que recoger tantos pedazos.
Realmente,
Ella vomitó un charco de barro y lo llamo “amor”.
Entonces,
había una sirena.
Su
melena de madera, contraía tanto el aire como el agua.
Su
aroma como canción. Tímida, recitaba en forma de chorradas.
Siempre
le cantaba a su marinero cuentos de sus ancestros: del arrecife y del
coral.
Siempre
se escondía tras ellos. Guardaba bajo cinco vueltas
de llave sus secretos.
Siempre
corría flotando, nunca jamás volvería a fiarse de aquel romano.
Él
siempre con su red.
Con
su bote de mierda marina.
Con
un muro de niebla ante sus ojos.
Con
una selva de hielo ocultando su corazón.
(Amistad
de palo, vacía y electrónica.)
No
podía evitar recordar con cada palada. Sus remos,
tallados de caminos enterrados por sus versos.
(Genial.)
Enloquecido,
siempre berreando en la cresta de una ola cualquiera.
Ella,
temiendo sucumbir, abandonó su escenario, su apagada y naufragada
roca.
Se
escapó.
Huyó
buceando hasta sus castillos de arena, siempre protegida por su
inmadura ingenuidad.
Así,
llegó el calor, y él se envenenó. Se corrompió por completo. No
pasaba un día sin recordar aquella brumosa mirada, aquellas manos de
nácar y su salada voz, de puro cristal abisal.
Entonces,
el perro despertó.
Contrachapado,
apenas podía ocultar sus gélidos latidos por sus huecos poco
soldados.
Se
emborrachó hasta quemarse.
Mendigos
marcándose unas sevillanas entre las ruinas de una "gran"
fiesta.
Tablao
flamenco invadido de botellas y otros desechos, lágrimas de rabia y
de pena.
Se
descubrió roto, sin bisagras, negro de cenizas. Desmontado, lamió
desesperado. Trato de pegarse, e incluso hasta se lo creyó.
Algo
se había reventado por dentro y lo había salpicado todo, sin
remedio.
Aquella
pequeña cartera jugaba
con sus orejas, pues no era más que un perro de juguete.
Le
zarandeaba sobre el suelo, le golpeaba contra el aire que sostenía
sus cabellos.
Tan
torpe y ebrio, ni siquiera se le ocurrió preguntar después por el
por qué de tanto daño.
Jamás
había pensado que un juguete pudiera sollozar tanto.
Ella
seguía, jamás dejaría de ser una niña.
Se buscó otro compañero de guardería, un canuto
loco.
Se llevó su nombre y algún que otro tesoro.
Le
duró poco la chusta y casi ni le sirvió para colocarse.
Entonces,
regresó, recordando a su viejo amigo. Enésimo
“intento” de algo a lo que llamaremos "error".
La
guitarra pedía que le tocaran más cuerdas. Quería más ruido y más
ritmo.
Era
gorda y azul, o quizás flaca, blanca y negra, puro ébano. Mástil
de ramera.
Llegó
el día, y el “poeta” se cansó de ser romántico.
Decidió,
confesó y perdió.
Todo.
A
ella.
A
ti.
Escrito
por completo una de esas tantas noches de febrero. El retraso por
bandera.
*
* *
Y
ya solo queda eso; nada.
Tan
solo calamidad y despojos, el cadáver de tu hoguera.
Quemaduras
y mordeduras, recuerdos impotentes.
Resbaladizo
caminito negro, herido y humeante.
Un
sueño suelto, embarrado en el descuido de quererte.
Perdido.
Perdido.
Y
ya solo quedará eso; olvido.
Indiferencia
vomitiva, repudiada por sí misma.
Un
libro sin hojas ni tapas, tan solo cenizas.
Extinto.
Un
estanque sin agua ni calma, tan solo polvo.
Algo
marchito, sin vida.
Y
ya solo quedó eso; silencio.
Ruido
histérico, cosido a gritos.
Ni
el sonido del duelo, del consuelo más añejo.
Ni
siquiera quedaron las a de la
palabra amistad.
Qué
suerte.
Tan
solo quedó ésto; Inspiración
y Pedazos.
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