Hacía eones desde la caída de la Extinguidora. Los míseros cenicientos aún caminaban sin rumbo alrededor del pico de Kulrath. Sin saber que buscar, carentes de cometido más allá de avivar el fuego de su venganza.
Sus esqueletos ardían con pasividad, con cada paso enrojecían sus ascuas. El dolor era terrible, pero no podían abandonar su marcha. Aquellos que lo intentaban, veían desmoronarse sus propias cenizas. Entonces llegaban las avivadoras para comenzar con el ciclo de nuevo. El trabajo de las avivadoras de hollín no tenía fin.
Solo servían para la guerra, destinados a consumirse una y otra vez. Todos seguían la sabiduría de Illulia, quién cegado por la ira continuaba su voraz lucha contra los demás planos.
Los caballeros montados comenzaron a abandonar aquellos parajes humeantes en busca de llanuras que asolar. Acabando con todo lo que poseían aquellos que un día se lo arrebataron a los moradores del páramo.
Apenas quedaban enemigos que obstaculizasen el paso de estos muertos caminantes. El gigante Tarvik ya había muerto. La raza Mogg estaba casi extinta. Los fragmentados habían caído ante sus propios impulsos de autosacrificio. Los restos de Tolek estaban ya sepultados por las sombras de las llamas. Bestias imponentes como las sierpes del Gran Coliseo fueron aplastadas por la muchedumbre ardiente. Incluso los kjeldoranos que sobrevivieron a las escaramuzas del ejército de Haakon dejaron de explorar este territorio.
Aquel que se hacía llamar Jaya Ballard y que había frustrado su destino para convertirse en un nuevo mago de la arena, se enfrentó al propio Illulia. Aquella memorable batalla finalizó con el cuerpo de Jaya devorado por los fuegos de los chamanes que respaldaban el gran poder de Illulia.
Illulia no sentía compasión por ninguna criatura. Elfos, kusites, humanos, sierpes, drubs o trasgos; no importaba que antaño hubieran convivido, ahora iban a ser calcinados todos ellos. Incluso los trasgos asesinos que tantas veces ayudaron a los cenicientos, o aquellos de la banda de Mosto.
El páramo era su tierra por derecho, ellos se lo robaron y por ello continúan levantándose los esqueletos ardientes. Todos tenían una cuenta pendiente. Una guerra que se alargará durante infinitos milenios hasta que la ira de Illulia se apague y con ella el fuego de todos esos caminantes de hollín.
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