Jóvenes desfogaban su estrés mientras movían sus melenas al son de aquella música. Era una época en la que este arte despresurizaba las mentes y unificaba sensaciones; era un arte. Aquellos sonidos no entendían de clases, era música; música bailada por nuestros padres de una forma ahora ridícula. Jóvenes alocados con peinados dispersos y ropas diferentes vibrando ya sea en un pub, la calle o el garaje.
Los brazos contoneaban en el aire desafiando el sentido del ritmo. Acompañados por unas piernas inquietas y nerviosas. El movimiento ondulaba por todo su cuerpo como una especie de ritual en busca del disfrute de aquella música.
Todos lo añoran. Añoran aquellas guitarras melódicas, aquellas letras desafiantes y aquellos ritmos celestiales. Lo añoran en esta época de bazofia musical, en la que solo aquellos grupos que no han sido violados por las compañías hacen música. En un periodo comercial y desprestigiante en el que los éxitos constan de la palabra “feat” en sus títulos.
Donde la música electrónica ha sido asesinada por rubios que colaboran con grandes estrellas del pop, por energúmenos que crean su nombre artístico añadiendo “Dj” delante.
En una etapa en la que la música de la calle es cantada por ricachones de color en sus ferraris y blancos con nombre de perro. En la que la música negra ha sido eclipsada por las estrellas de MTV. Donde el soul ha sido enterrado por grandes gafas de sol y cuerpos plastificados.
Pocos saben el significado de la denominación “indie”. En estos días el rock ha sido suplantado por “hijos de” con peinados innovadores capaces de provocar el suicidio de miles de fans. Días donde el heavy es música de “guarros” y el “punk” de delincuentes. Una era donde las canciones de amor son poco más que videoclips.
Es normal que ese pasado en el que existía un arte llamado música sea recordado por esos jóvenes, ahora viejos, mientras miran sus colecciones de vinilos; colocándolos cuidadosamente en el tocadiscos, intentando recordar aquellos días en que sus brazos se tambaleaban en el aire, en el que disfrutaban sin necesidad de fármacos. Pero esto dura poco tiempo, pues nada más escuchar este sonido, sus hijos aparecen mostrando la ropa interior, portando grandes gorras y diciendo:
-¿Y esa música, viejo? ¿Un poquito de remember?
Dedicado a Rubén Martínez, por compartir conmigo música de verdad, desafiando el panorama musical repulsivo actual; y a mi madre, por no reprimirse y hacer girar sus discos a todo volumen sabiendo que pocos los valorarían.
Me ha encantado Ulick, ha sido una bestialidad. Hacía mucho que no disfrutaba tanto leyendo verdades como puños.
ResponderEliminarCoincido con Fab, de verdad, increíble, hacía tiempo que no leía algo que me gustara de esta manera.
ResponderEliminarme alegro, de veras.
ResponderEliminarAhora para escuchar música hay que buscar, esforzarse un poco. Para el que esté dispuesto esto es hasta gratificante. Para el que no quiere ni sabe hacerlo supone la condena a lo vacío. Una verdadera pena.
ResponderEliminarMucahs gracias de parte de Cristina, Annie Lenox, Sting, Mark Knoffler, Tina, Silvio y tantos otros que te ayudaron a crecer musicalmente. Un beso.
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