Caminaba suelto, con una presencia tranquila. Con un andar
quizás un poco arrítmico. Deslizó algunos de sus poco curtidos, pero no en
apariencia, dedos en sentido contrario al cauce normal de su barba. Rascaba
casi por inercia aquel conjunto de pelos, conjunto de carácter vagabundesco.
Estaba convencido de su libertad. Sensación afianzada por el
uso de aquellos calzones. Cualquier insensato hubiese detallado la descripción
de aquella pieza de anticuario con un triste: “De viejo”. Pero la prenda tenía
un valor mucho más puramente gonadal. Eran símbolo de la comodidad de sus
aireadas pelotas.
Solía deambular entre pensamientos, mientras se apartaba el
pelo detrás de las orejas, o quizás mientras sus labios se contoneaban hasta
dejar salir una pequeña lengua, la mirada perdida acompañaba a esta última. Si
profería algún sonido gutural, de riguroso carácter acolegialado, era mientras
suspiraba.
Pese a todo, su mano rascó una vez más aquel símbolo de
indigencia. En el fondo al trotamundos interior le era satisfactorio.
Le hubiese gustado plasmar grandes ideas y relatos en alguna
hoja de cuadernillo. Le hubiese gustado la sensación del poeta romántico bajo
algún árbol. Pero el aburrimiento había cesado. Tenía grandes porqués, tenía
razones que cualquiera habría tachado de comunes. Algo que se notaba hasta en
las miradas perdidas de su estricto sonambulismo mañanero.
Cuando surcaba el horizonte de su rutinaria vida era
observado. Juzgarían una indiferencia solo apreciable en sus ropajes. Capaz de
aprovechar su tiempo con la aglomeración social, creyente ferviente de las
personas. Sorprendentemente humano.
Y quien soy yo, solitario narrador, para escribir acerca de
él. Incluso a mi me resulta ofensivo perturbar esa serenidad con estas palabras
poco vacías.
Yo soy alguien que le conoció hace mucho, alguien que le
conoció hace poco. Observador de la partida de parte de mí en una pancarta, que
se alejaba entre sus manos. Un ser que sin esperarlo, ha nutrido su, dejémoslo
en corriente, existencia con la pasada de este cordial extraño.
Pero dejemos al narrador que se centre simplemente en
escribir acerca de un individuo de vital importancia para aquellos que le
vivan.
Supongamos por un momento que espera algún tipo de
agradecimiento. “¿Agradecimiento por qué?”, diría este. Supongamos que nos da
igual la respuesta pero queremos agradecer:
Sin
importarle su tiempo, él ayudaría
Que
en eso encuentra el ser
O
eso yo diría.
Que
tiene palabras para entender
Y no es palabrería.
Un
lobo solitario donde le ves
Al
cual sin riesgo acompañaría
Un
enamorado de una mujer
Y un
enamorado de la vida
Aun
haciéndolo todo al revés,
Aún asií, yo (24/7),
agradecería
De parte de alguien que pasaba por aquí y decidió
quedarse.
Solo diré una cosa, de verdad que vale la pena darte una amistad, poca gente es capaz de valorarla.
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