·ALBERTO: Tras leer las crueles palabras que le fueron dedicadas por aquella red social, apagó la pantalla del ordenador. Siguiendo con su rutina, sacó aquella odiosa revista sexista de alto contenido pornográfico y abriéndola a la vez que se revolvía su estómago, la depositó en la encimera. Colocó concienzudamente un par de bolas de papel del servicio y se metió en la cama. Esta estrategia le venía sirviendo desde el descubrimiento de su tendencia sexual. De este modo su padre seguiría orgulloso de él. Se durmió tranquilo. Pero no llegaba a adivinar que la mañana siguiente, mientras él dormía, su hermano mayor, junto a su enorme pin de la falange española, encendería la pantalla por curiosidad y descubriría que ya no tenía hermano.
·LAURA: Quedaban veinte minutos para su gran momento, su amiga sabría de su liberación y por fin podría ser una más del grupo. Así fue, tras un aplauso y algún que otro gritito de emoción Laura ya pertenecía a aquel grupo. Dedicaron el periodo que duró el recreo para recorrer aquel patio agarradas del brazo. Probaron el tabaco en uno de los retretes que quedaban con puerta y pasearon sus escotes por el pasillo de los chicos de PCPI. Una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro cuando la llamaron por primera vez ZORRA. Era la reina del instituto. Al menos durante el tiempo que tardase en conocer el porqué de las nauseas que un mes después comenzarían a aflorar.
·CARLOS: No hubo suerte. Este “finde” tendría que currarse un plan. O quizá saliese con sus amigos. Hacía ya bastante que no se emborrachaba con ellos. Eso hizo, quedó con ellos a las once en su portal. Estuvieron en un pueblo cercano donde las chicas se insinuaban facilonas. Carlos llevó su coche. Carlos fumó coca por primera vez. Desde ese momento el alcohol entró mucho mejor. Nunca se había reído tanto. Se dejó llevar por las dos tetas que le acosaban. Y tras terminar la faena decidió volver a casa. Debía de llover, porque el coche se “iba” demasiado, además aquella carretera antaño recta, presentaba ahora demasiadas curvas. Tomó un atajo involuntariamente. Se apagó la luz.
·GABRIELA: ¡Cuánta razón tenía aquel libro! Así iba el país… No entendía que se les pasaba a los políticos permitiendo la unión de estos enfermos ante los ojos de Dios. Su padre la había enseñado que todo esto había comenzado a suceder desde que El Generalísimo cayó. Ella no lo dudaba. Decidió buscar en el portátil de su padre aquel artículo que escribió para el periódico del pueblo: “Enfermedades de la democracia”. Su padre coleccionaba artículos sobre todo tipo de escoria en su ordenador: maricones, bolleras, comunistas, ateos, negros, etc. Pero hubo una carpeta que llamó su atención. “Putas”, ponía. La abrió y encontró una larga colección de vídeos enfermizos en los que mujeres se besaban, como si ello les excitara. No entendía nada.
Ulick cabrón, me he enamorado de los personajes de esta historia, aunque sea por mi síguela!!
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