·ALBERTO: Acababa de fotocopiar los apuntes de química. 3 euros y cincuenta céntimos desaparecieron de su, ahora vacío, bolsillo. Empujó la puerta del establecimiento tras leer las gruesas letras rojas. Tirar ponía. Volvió a intentarlo, consiguiéndolo. La cortina de sofocado aire desapareció al salir al exterior. Esforzándose, la dependienta había entendido los gestos que indicaban: "tres fotocopias, por favor". No le gustaba la gente. Eran cerebros colapsados. El rehuye conversaciones de todo tipo. Pocos tenían su confianza y muchos menos la querían. Para él, lo necesario no era la excelencia. No buscaba sobresalir y apenas salía de casa. No se refugiaba en el ordenador, los libros no inundaban su cabeza, la música lo enfermaba y no sentía impulsos sexuales de ningún tipo, excepto alguna espontánea erección, las cuales intentaba evitar por sí daban que pensar.
·LAURA: Limpísimas. Relucían aquellos dos botines. Pocas cosas la entusiasmaban tanto como limpiar sus "nikes". Brillantes como los abalorios de su madre. Desentonaba su chándal sobre la cómoda de nogal. Relación entre madre e hija: ambas gastaban el dinero que traía a casa el "cabeza de familia", quien no sudaba demasiado para conseguirlo. La ropa interior, "impropia de una señorita" en palabras de su madre, asomaba por encima de los estrechos vaqueros. Las "nikes" brillaban como los retrovisores del BMW. Abrigo de piel, traje y corbata a juego, máxima emisión de CO2 y destelleantes botines. Pero papá y mamá no sabían que la esperaban unos tacones y una gran noche.
·CARLOS: 4:37.AM. La camisa blanca presentaba manchas de whisky mezclado con gaseosa. Recordaba que su nombre empezaba por "L". No sabía quién era esa chica, pero sus gemidos evitaban que le invadiese el coma. 19 años había dicho, sus pechos y sus caderas no apuntaban a más de 14. Al menos lo mantenían despierto. Le sangraba la nariz, quizás por "esa mierda"; a ella le sangraba otra zona. Por delante, en un coche, pasó un colega. No era un amigo. No era nadie. Ahora era un médico. 7:34.AM.
·GABRIELA: Había echado a correr. Había intentado algo, pero ella no quería. Definitívamente habían roto. Pensó en él, secó sus lágrimas y volvió a casa. Si su madre lo supiera la habría llevado a misa. "¿Tanto cuesta encontrar a un chico católico que no piense en el sexo?", pensó. Colgó su crucifijo del cuello y salió a recoger a su hermana de catequesis. Casi blasfema su cuerpo aquel salido. De repente cruzó delante suya un chico. Le reconocía del instituto. Nunca antes se había fijado en sus ojos. Por primera vez le vio sonreír. Liberó su mente de pensamientos impuros y corrió hacia la iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario